Llámenme tolai. Tolai, o lo que a su libertad convenga. Tolai, que por el sur linda con bobo y por el norte con ingenuo. Lo mismo que hartura linda con desencanto, que harto y desencantado estoy ya antes de comenzar la campaña. ¿Qué será de mis entendederas tras dos semanas de campaña? ¿Qué será de mí, Señor? ¿Qué será de España?
Que la política que se comete hoy en España es de trazo grueso no admite discusión. Llevamos años de política basura. De esa que estercola las mientes. Política ultraprocesada y ultracongelada. A su disposición en el estante de alimentos para perros (y gatos). O peor. Papilla para indigentes intelectuales (y morales). Nos tratan como a bobos y, empiezo a pensar, que somos bobos. Política basura para bobos. Está a punto de caer sobre nosotros la diarrea electoral…
Habito un lupanar de promesas de saldo y ocasión. Llevo días, en realidad años, oyendo las mismas matracas. Vocean mercancía averiada porque, al parecer, la gente la compra. ¡Ay, la gente…! Baratijas electorales de gañote. De gañote como esos gañotes que prometen los comerciantes y que, salvo que uno sea tonto de baba, sabe que al final acabará pagando. La deuda que acumula España la pagaremos todos. Usted y sus hijos, pongamos por caso. Caso seguro.
Todo con la pólvora del rey. Que si viajes en tren por la patilla, que si más funcionarios, que si supermercados de precio justo, que si regalitos por cumplir los dieciocho, que si mil millones para los compañeros colombianos, que si preservativos para niños y niñas, que si te descuento 20 céntimos en la gasolina después de cobrarte 80 en impuestos… La política parece más bien una feria; las tómbolas de los partidos sacándonos los votos y los cuartos a cambio de un secador de pelo que no necesitamos (y que, además, es una patata). Cada feriante con su megáfono. Nos gusta. Cuanto más bobos, más nos gusta que nos tanguen.
Lo que no nos gusta es que nos canten las verdades del barquero. Tendemos a la irresponsabilidad de la niñez, huimos de la verdad y del esfuerzo. Preferimos, como niños malcriados que somos, la golosina nuestra de cada día. No, no nos gusta que nos hablen como si fuéramos adultos (quizá ni siquiera lo seamos). No, no nos gusta que nos digan que la deuda crece, que los tipos crecen y que, para pagarla, habrá que apretarse el cinturón. No, no nos gusta que nos digan que, más pronto que tarde, habrá que recortar el gasto. ¡Que vienen recortes! Y a temblar… ¡Que papá estado nos rescate de nosotros mismos! No, no nos gusta que nos digan que para poder gastar hay que dejar de malgastar. No, no nos gusta que nos digan que sobran funcionarios, que si no atienden convenientemente tendrán que trabajar más horas, no menos horas, que menos teletrabajar y más trabajar. No, no nos gusta que nos digan que el problema del empleo no se soluciona trabajando menos, sino trabajando más. No, no nos gusta que nos digan que habrá que rebajar el salario mínimo si queremos que se cree empleo, que habrá que rebajar las cargas sociales si queremos que se cree empleo. No, no nos gusta que nos digan que las diputaciones sobran (o sobran las autonomías), que habrá que suprimir la maraña infinita de ventajas fiscales de chichinabo, que no podemos regalar el estado del bienestar -que tantos años y tantos esfuerzos nos ha costado- al primer delincuente que salte la valla, que habrá que mandar a su casa a cientos de miles de políticos que viven de sacarnos la sangre en chiringuitos de esto y lo otro (y eso va también por los miles de liberados sindicales), que habrá que retrasar la edad de jubilación por nuestra poca afición a gastarnos el sueldo en pañales… ¿No les gusta? Lo suponía. Llámenme tolai. Tolai o lo que a su libertad convenga.
Deja una respuesta