
Esta tarde los tendidos oliventinos volverán a latir. Danzarán los corazones encendidos al compás de toros y toreros. La tierra entera abrirá sus fauces y nos tragará de vuelta al rito antiguo de la vida y la muerte. Esta tarde, por un momento, al filo de los aceros, el tiempo se detendrá en un cruce de caminos.
Ahora que amanece, ante el sol que renace, ante ti rendido, te rezo. Ahora, antes de que se abra la puerta oscura de toriles. Antes de que me restallen dentro los bufidos del toro alado de mis anhelos. Antes de abandonarme a mi suerte. Ahora, antes de entregarme a la liturgia del toro, te rezo. Te rezo a ti, padre del sol y de la buena sombra, a ti, estandarte y guía de la andante torería. A ti, como cuando era un niño, como cuando mis ilusiones colgaban de una tapia, a ti te pido, para mi corazón, la rabia del potro, y, para mis adentros, hambre y sed de jara, encina y toro.
A ti, padre nuestro de las dehesas, de las mañanas de tentadero, de las noches de luna llena… En la primavera que anuncian tus criaturas, en las majadas del bravo, en los almendros en flor, en el vuelo de las aves, en las claras del día… en la nada absoluta que soy… a ti te pido perdón por la soberbia desaforada de querer ser, entre los hombres, ¡torero! ¡Torero, ahora y en la hora de mi muerte!
A ti, padre, en la letanía de los caminos, en la noche cerrada de las carreteras, en el coche en que viajan todas mis ambiciones… a ti te imploro que me lleves de tu mano, que no tengas en cuenta mis pecados, mira que en el asiento de atrás duermen mis sueños cansados, mira que, aún dormidos, te rezan.
A ti, padre, en el rosario de los hoteles, en la soledad del cuarto, en el miedo a despertar, en la angustia de la espera… a ti te suplico que sea tu rostro lo único que vea al abrir los ojos, que sea tu aliento conmigo y que tu compañía temple mi alma en ese trance.
Esta tarde la calle que baja a la plaza estará trenzada de alegrías. Y habrá bulla y habrá jarana. Y la gente será gentío. Y tú serás, padre, quien lo quiera, como lo has querido desde que hay feria y hay toros. Feria, fiesta y bulla… Así por siempre; y en ellas, padre, pon, también por siempre, nuestro pan de cada día, el pan de la gente del toro.
Esta tarde, una vez más, estarás, Señor de los Pasos, varita de nardos, aguardándome en el patio de cuadrillas… A ti, uno y trino, alfa y omega, ruego que bendigas los hierros y las telas, los capotes y las muletas, los percales y las sedas, los castoreños y las monteras… y, si es tu voluntad -y solo si es tu voluntad-, que ahuyentes del aguacero el llanto y detengas del viento las saetas.
Esta tarde, padre, banderas y flores, en la capilla me arrodillaré ante ti, y allá donde aguarda la luz, allá en el tercio, ante los hombres alzado, un minuto antes de olvidar que vivo, en arena cincelaré la cruz de tu martirio. Esta tarde, en el burladero de matadores, cuando clarines y timbales me atruenen dentro, cuando descerrajen la puerta oscura de toriles, santificados sean tus quites, venga a nosotros tu mano diestra… Esta tarde reparte suerte, líbranos de todo mal, mas si la herida me alcanza -quebranto del oro y la plata- que sea con tu nombre en los labios. Esta tarde deja entornada la puerta grande, que cada uno de mis triunfos cante tu gloria, mas si tu voluntad es otra, dame, en el fracaso, consuelo.
Y mañana, padre, celeste huracán, altísimo artífice del temple, no me niegues -ni mañana ni nunca- el compás de vivir y morir en torero, y vaya mi alma a gozarte en el tiempo detenido de tu eternidad. Ave María. Gloria. Amén.
Muy bonito si señor los buenos aficionados de verdad
Gracias, Búfalo!
De lo mejor que he leído y sentido. De la mejor literatura taurina. De las mas bellas y entendidas oraciones. Grande el maestro Valbuena
No le hagan caso, Jaime es de la familia.
Una oración maravillosa. Seguro que muchos toreros a partir de ahora la harán suya. El maestro Valbuena sigue llegando al corazón de todos. Gracias
Gracias, querido amigo. ¡Así sea!
Desde un palco de luces y mantones, allá arriba, donde los clarines son tocados por querubines alados, se habrá regocijado por el verbo azul turquesa de Fernando, Rafael Campos de España. Rafael hizo de la crónica una pieza de pulcritud literaria. Era lo suyo la exactitud impecable de los números. Valbuena parece ir a hombros cuando de estas cosas escribe. Así la precisión semántica no se contamina con el barro de los lugares comunes. Recuerdo mis pasos por la Casa-Museo de Javier Achúcarro, en aquel Bilbao donde entonces ser español era honrar al Atlhetic. Cuando en este invierno donde el sol regala cada día tantos trajes de luces, una brisa dibuje un tirabuzones en el capote oliventino, pensaré en Curró Meloja y en la ciencia enciclopédico de El Cossio, y no sentiré envidia del ayer. Porque guardaré en mis archivos, chiquero de tantos papeles, esta postal de Valbuena, que nos dispensa del tedio de cuaresmal y nos hace escuchar al Gato Montés en el hondón de nuestros sentires.
Casi nada, maestro… Curro Meloja, una de mis primeras lecturas, “Bravura”… ¡No sabe usted, maestro, cuánto me honran sus palabras! Achúcarro, Vista Alegre… Azul turquesa…