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A LA INTEMPERIE

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EL CUADRANTE

16/12/2022 por Fernando Valbuena

Tengo un amigo canario que anda liado con el cuadrante. Supongo que “con el cuadrante” anda liado más de uno, pero, así, que me lo haya contado, solo él. Mi amigo es un tipo listo, un tipo listo con tres hijos y otros tres por añadidura. Los suyos y los de su pareja. Seis, seis toros seis, que, acompañados, resultan doce. De ahí que, por Navidad, el cuadrante sea tan necesario como el respirar. Y más en estos tiempos que vuelan más que corren. Antes, los hijos, cuando abandonaban la casa de los padres, cambiaban de calle o de barrio o, a lo sumo, pongamos por caso, se iban a Bilbao o a Barcelona o a Madrid. Ahora no, ahora lo mismo, pongamos también por caso, se van a Holanda o a Canadá o a la India. Y sí, estoy al corriente, sé que el mundo ahora sí que es, en verdad, un pañuelo, y que se tarda menos en ir de Holanda a Las Palmas que de Bilbao a Higuera de la Sierra. Sí, lo sé y, sin embargo, me pesan en el alma esas distancias que no he de recorrer, esas lenguas que no hablo, esas culturas que me son ajenas… Sí, lo reconozco, mi mundo es (era) otro. Antes y ahora…

Ahora que yo también estoy lejos de Extremadura, me he sentido conmovido con las imágenes de casas y tierras inundadas, al fin y al cabo, mis casas y mis tierras extremeñas. Y se me levanta el ansia de volver. Volver, volver huérfano de todo, hasta de cuadrante. Volver al hogar… Dicen que la patria es la niñez. Dicen también que la patria es la tierra que cubre los huesos de nuestros muertos. La verdad es que uno es, también, de la tierra en tiene enterradas las raíces de sus afectos. Uno puede tener enterrada el alma en mil y un rincones, así que cuando llegan estos días, arrebatado por una fuerza atávica, no sé a dónde volver. Volver con la frente marchita que canta Carlos Gardel, que, ya saben, cada vez canta mejor…

Extremadura. Canarias. Otro que cantaba era Luis Aguilé, lo tendrán oído, cuando salí de Cuba… No sé si los jóvenes que van y vienen de Holanda o de Canadá o de la India lo saben. No sé si saben que están enterrando su corazón aquí y allá. Lo sepan o no, hacen bien en volar, en vivir su tiempo sin miedo, en libertad. Ligeros de equipaje. Se lo digo yo, que, de tanto guardar, vivo atrapado en la cámara mortuoria de una pirámide de recuerdos.

Puede que la Navidad esté hecha de recuerdos. En mi caso, la Navidad huele a sopa de pescado y suena a bullicio en la cocina. Suena a pellejo de pandereta y huele a musgo de nacimiento. Y ahora, pasado el tiempo, a inocencia. No recuerdo que nadie hiciera por entonces cuadrantes. Hay muchas cosas que ignoro, incluso de mí mismo. Y, como no tengo aprobada la contabilidad, no sé tampoco de cuadrantes. En cambio, sí sé que el cuadrante de mi amigo es la metáfora exacta de una vida que se nos está yendo, a él y a mí, y, a la vez, de un tiempo nuevo que no es el nuestro. No sé si la nevera le dará a mi amigo para tanto hijo a la mesa. No sé si tendrá despensa, ni si tendrá camas… No sé siquiera si los hijos le descuadrarán el cuadrante, que suele ser lo corriente… Lo que sí sé es que habrá Navidad, sean uno o sean ciento, que habrá Navidad en las casas de mi buena gente extremeña, aunque huelan a humedad las paredes, que habrá Navidad, rían o lloren, porque la Navidad, en el niño que nace, es el atavismo antiguo del hogar y la familia, esa con la que compartes la sangre y esa otra a la que te amarras en la torrentera de vivir.

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