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A LA INTEMPERIE

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A LA INTEMPERIE

LA VIDA FRÍVOLA

18/11/2022 por Fernando Valbuena

José Antonio era de natural colérico. Sea por caso cuando, en el Café Lion, tumbó de un solo golpe al General Queipo de Llano. Aún así, despertaba rendidas simpatías. Entre ellos y, también, entre ellas. Quizá por su porte, seguro por su talante… Carlos Morla, el que fuera embajador de Chile en España, allá por 1932, se lo espetó a la cara: “Te quieren hasta tus enemigos”, y José Antonio, cuenta el propio Morla, quedó en silencio.

Hechuras de galán, talento y corazón. Todo para triunfar en la vida frívola de los salones aristocráticos y los cenáculos literarios. Digo esto porque acabo de leer “Mi querida princesa Bibesco” de María José Sevilla. La Bibesco, esposa del embajador de Rumanía en España, fue amante de José Antonio. Algo que en su día nos reveló José Antonio Martín Otín en aquella obra suya tan magnífica, titulada “El hombre que dijo sí a Kipling”. El simpar Petón nos enseñó que detrás del santón de las hagiografías había un hombre. En su fabulación, María José Sevilla, nos lo presenta compartiendo reservados con su princesa en Casa Camorra. Casa Camorra era un restaurante encopetado al final de la Cuesta de las Perdices que durante la guerra fue primero parapeto de las trincheras, luego nido de ametralladores y, finalmente, escombros.

Los pudientes solían frecuentar los merenderos de El Pardo. Por allí también el Club de Polo Puerta de Hierro del que José Antonio era socio. A la inglesa. José Antonio hablaba en inglés con la Bibesco. Y sí, José Antonio vestía a la inglesa, pero sin sombrero. “Los rojos no usaban sombrero”, José Antonio tampoco. O, al menos, dejó de usarlo. Vestía de esmoquin en el homenaje que brindó en el Ritz a los Machado estando aún su padre, Don Miguel, en el poder; de esmoquin vestía en las cenas que organizaba en el Hotel París de la Puerta del Sol, cenas llamadas pomposamente de Carlomagno: sopa de tortuga y faisán. En el lado opuesto de Sol, a la puerta del Bar Flor, vocearía, ya de paisano, en 1935, el Arriba. Como de paisano disfrutaba de las “achuras viles” de El Mesón del Segoviano (desde 1974, Casa Lucio) o en Los Burgaleses (un restaurante en el que, por cierto, se despachaban más percebes que morcillas). Langosta en el grill del Savoy, tournedó en Rimbombín y changurro en Or-Kompón (donde se escribió la letra del Cara al Sol).

Al salir del despacho, a eso de las nueve y media, pasaba por Bakanik a tomar un whisky con César González Ruano. Y más tarde, algunas noches, por el recién inaugurado Casablanca de la Plaza del Rey, el dancing donde Gabriel Celaya aseguraba haberle presentado a Federico García Lorca. “¿Sabes que todos los viernes ceno con él?” A Ramiro Ledesma todo aquello le espantaba, no lo consideraba revolucionario. Cerca de Bakanik, en los bajos del Café Lion, en La Ballena Alegre, frente a Correos, reunía su tertulia: Eugenio Montes, Víctor de la Serna, Rafael Sánchez Mazas, Agustín de Foxá… Todo a lomos alados de un Chevrolet Covertible rojo. Escarlata, según Ernesto Giménez Caballero.

José Antonio, III Marqués de Estella, estaba de cacería en Toledo cuando recibió la noticia de la muerte de otro de sus muchachos. A Matías Montero lo mataron de dos tiros en el corazón cuando voceaba el Arriba. José Antonio llegó con retraso al entierro; hubo que esperarle. Algunos se lo afearon. Ese día José Antonio, sobre la tumba de Matías Montero, se arrepintió. Él mismo, poco después, sufrió un atentado contra su vida; el Conde de Mayalde, quien luego sería alcalde de Madrid, le preguntó por qué no abandonaba la política; José Antonio contestó escueto: “Los muertos me sujetan”.

Otro embajador, Claude G. Bowers, embajador de los Estados Unidos, que le conoció en lo que entonces se llamaba, también muy a la inglesa, un té danzante, dijo de él: “Era de la casta de los mosqueteros de Dumas”. Mañana lo fusilan.

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Comments

  1. jose María López-Lago Romero says

    19/11/2022 at 13:49

    Me encanta

    Responder
  2. José Luis says

    23/11/2022 at 09:30

    José Antonio era mucho más que todo cuanto se cuenta y cuanto se pueda contar. Hombre cabal, entero, comprometido, con una visión clara de cuanto estaba pasando politicamente y de lo que pasaría en breve.
    Una vida truncada prematuramente, con un pensamiento preclaro y unas concepciones que tienen hoy plena vigencia.

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