CREO EN TI, ESPAÑA

Creo en ti, España, madre de mis días y de mis noches. Creo en tu único sol, nuestro señor, que ha de calentar mis huesos en esta vida y en la otra. Creo en la vigilia de tus cielos infinitos, en tus mares de anchas profecías y en el vientre ubérrimo de tus tierras. Creo en las vides y en los trigales, creo en el vino que nos das a beber y en el pan que nos das a comer. Y creo en las cruces que guardan tus caminos… En ti creo y ante ti me arrodillo.

Creo en tus hombres, así como creo en tus mujeres. Españoles de la rabia y de la idea. Creo en tus muertos, concebidos por obra y gracia de sí mismos. Españoles de todas mis agonías, enfrentados, abiertos en canal, despedazados… Españoles a diestro y siniestro. Españoles a dentelladas. Españoles sin tregua. Españoles a tumba abierta. Españoles, a todos os tengo por hermanos.

Creo en Vizcaya. En las olas y en los robles. En Asturias alzada en armas. En el tañido de tus campanas, Compostela. En Salamanca, clareada en piedra y letras. En el león y en la granada. En la luna sobre el Roque Nublo. En Cartagena, varada sobre el mar latino. En las frondas de Irati. En las aguas rojas de Riotinto. En la eternidad dormida en las cavernas de Altamira. En el eco ronco de las mareas sobre tus playas, de Guincho a Peñíscola, de Laredo a Chiclana. En los jazmines que aroman los patios cordobeses. En las cuatro barras de la sangre catalana. En Castilla, tan callada, tan sola… Y en Barcarrota, donde mis cenizas serán albero. Creo en los mil apeaderos de tu nombre, España. Creo en ti, rompeolas cierto de todas y cada una de mis patrias. Creo en ti y en el toro que -en la niebla- te ronda. Y creo en la Cruz que, alzada sobre las entrañas de Cuelgamuros, hiende tus cielos. Y creo en tus banderas, sudarios de mis carnes yertas.

Creo en ti España, madre y maestra. Partera de mundos nuevos. Mundos azules como azules son tus mares. Y allende los mares, creo en todas las Españas de América. Creo en España más allá de sí misma, más allá de toda razón. España, proa a barlovento. España, civilizada y civilizadora. Brisa y galerna. Cierzo y solano. España, rosario del viento… ¡en ti creo!

Creo en la Virgen del Pilar, capitana de tus ejércitos. Y creo en Santiago, el Hijo del Trueno, tu primogénito. Creo en Ramón, en Miguel, en Rubén, en Federico, en Rosalía… Y creo en José Antonio… ¡Derramados que no muertos! Aventados en la sementera de tu pecho abierto, enraizados ya sus versos en tus campos secos, tristes y destartalados; versos que son encina en las dehesas, olmo en las riberas y, en Silos, son ciprés… Creo en el genio de la raza. Creo en tus hijos desterrados. Creo en la gente que trabaja y calla, la que te sostiene mientras entona la letanía del sufrimiento nuestro de cada día. En el yunque y en el martillo. En la jarcia y en el arado.

Creo en ti, España, que padeciste tormento a manos de tus propios hijos, y por nuestras culpas cuelgas crucificada de un madero. Creo en ti. En tus heridas abiertas. En tu sangre derramada. Creo en ti, porque llegada la hora de las tinieblas aún alientas. Creo en ti porque tu imperio, madre, no tendrá fin. Creo en ti más allá del día en que los mares despierten secos, más allá de la noche infinita que seguirá al último día.

Creo en la comunión de los andantes caballeros, en el perdón de los pecados, en la resurrección que nos tienes prometida y en la vida eterna que anuncian tus poetas. Amén.